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El Helado Misionero



Aurora, una chica pelirroja y la nariz llena de pecas, fue en compañía de sus compañeros de escuela dominical a ver las diapositivas a todo color en casa de la señorita Elena.
La sala estaba medio oscura y las diapositivas se proyectaron en una pantalla grande, mientras que el misionero que estaba hablando explicaba el significado de cada una. Los niños vieron a los africanos, también vieron elefantes, monos, un pueblo hecho de pajas.

En una de las diapositivas se veía como los africanos rendían culto a los demonios. Vieron como los niños corrían asustados al ver a los misioneros que deseaban hablar con ellos del Señor Jesús.
A medida que avanzaban las diapositivas, Aurora comenzó a sentir que algo en ella estaba cambiando, no era su apariencia, sino que algo sucedía en su corazón.
Aurora seguía sintiendo esa sensación dentro de ella. ¿Alguien había mencionado su nombre? Miró a su alrededor, pero todo el mundo estaba mirando la pantalla. ¡La voz vino desde el interior de su corazón!, pero aún así era real.
-Aurora, ¡tú me perteneces! Yo te he elegido para ser mi mensajero, para decirle a otros como pueden ir al cielo.
Aurora sentía su corazón latiendo a toda prisa, tanto así que apenas escuchaba el mensaje del misionero.
Después de cantar el coro de despedida, corrió en compañía de otros niños.
Al volver a casa, Aurora se dio cuenta de que alguien caminaba delante de ella. Podía ver muy bien las sandalias destrozadas “pift, poft, pift, poft”. También vio grandes agujeros en los calcetines, la falda morada sucia y la blusa roja desteñida.
Aurora conocía a la chica, era Lidia, sin embargo no sabía porque se sentía tan emocionada y feliz al verla.
-Aló, ¡Aurora!
El corazón de Aurora saltó de alegría, ella sabía que la voz era de Jaime.
-Sabes Jaime – Exclamó Aurora – Voy a ser misionera
-¿Sí? – Jaime siguió caminando, con las manos en los bolsillos.
-¿No crees que es algo maravilloso? – preguntó Aurora, algo decepcionada.
- Sí… Es bueno
Aurora se paró mirando al muchacho.
-No pareces muy entusiasmado
-Bueno… - Murmuró
- ¿Cuándo vas a comenzar?
Por casualidad o no, Jaime se volvió hacia la Avenida Buena Vista, Lidia caminaba sola, como siempre. Aurora levantó la cabeza muy orgullosa. No le agradaba Lidia, que generalmente usaba ropa vieja y casi siempre con el cuello sucio. Tenía el pelo mal cortado y pegajoso. Nadie en toda la escuela quería ser su amigo.
-Jesús debe amar a Lidia también, ¿No te parece? – observó Jaime.
Después de la cena de esa noche, Aurora no podía hacer su tarea, Se preguntó sobre lo que había sucedido. Realmente Dios la estaba llamando para ser su mensajero, había sido claro.
-¿Acaso Dios querrá que comience con Lidia?
Aurora dejo a un lado sus libros
Sacó del cajón una alcancía donde guardaba su dinero y comenzó a tomar algunas monedas.
-¿Son para dulces?- preguntó la mamá
-¡Helado Misionero!
Aurora tomó las monedas y fue a casa de Lidia, estaba en un barrio pobre, la casa casi se estaba cayendo.
Lidia abrió la puerta.
-¿Qué quieres? – le preguntó a Aurora
-Emmm… Es esto, ¿Quieres venir conmigo? – Lo dijo, con el deseo de ser su amiga.
-No tengo dinero para comprar un helado.
A Aurora las palabras no le salían con facilidad, extendió la mano que estaba por el nerviosismo y le mostró el dinero.
Lidia tenía un aire de indiferencia, pero siguió a Aurora por el helado.
El vendedor era un italiano, quien sonriendo le sirvió un helado de fresa.

Lidia tomó su helado.
-Descansemos un poco Lidia – sugirió Aurora, y ambas se sentaron al borde de la acera frente a la casa de Lidia.
Habían niños jugando y gritando en la calle, Lidia no les prestaba atención.
Lidia chupó el cono de helado por todos lados, se lo acabó a mordiscos, se chupó los dedos y se quedó mirando el helado de Aurora.
Aurora se dio cuenta de que Lidia quería su helado, extendió su mano y se lo ofreció a Lidia- ¿Lo quieres?, ¡estoy satisfecha! Dijo Aurora. Lidia aceptó inmediatamente el helado y se lo acabó en un instante.
-Este debe ser el momento para que comience a hablarle de Jesús. – Fue el pensamiento de Aurora.
Y comenzó a hablarle como Dios los amaba a todos.
-¡Mentira! – gritó Lidia.
Aurora la miró con la boca abierta.
-Puede ser que Dios ame a los demás – dijo molesta Lidia.
-¡Pero a mí no! ¡Sé que nadie me quiere! – dijo Lidia.
-¿Quieres salvarme, como si yo fuera uno de los africanos que cree en otros dioses? Es por eso que me compraste un helado, ¡pero debes saber que yo no soy como lo africanos! – Le dijo aún más furiosa
-Ya no tendrás que traer más tu cara llena de pecas a este barrio, ¿sabes?
-¡Tu cara llena de pecas! - Dijo Lidia, muy alterada.
Lidia, sacudió sus trenzas hacia atrás, se levantó y se fue.
Tal vez por las lagrimas que habían en sus ojos no podía ver bien el camino y terminó chocando con alguien en la esquina.
Era la señorita Elena, la misionera.
Aurora tenía que decirle a alguien lo que había sucedido. Sus labios temblaban, su voz estaba quebrada.
Sin embargo la señorita Elena le dijo que Dios había hablado a su corazón, incluso sobre Lidia y el helado misionero.
Se tomaron de la mano y caminaron juntas por la calle.
-Una vez en África, dijo la señorita Elena, alguien puso en mi mano una piedra sucia. Nunca me imagine que se trataba de un diamante, valía mucho dinero. Solo debía ser limpiado y pulido.
-¿Has pensado que Lidia, quizás sea un diamante de Dios?
-Lidia, ¿Un diamante? – Aurora se río un poco, pero se sintió un poco más reconfortada. Aurora realmente amaba a Jesús y se preguntó cómo sería ganar un “diamante” de Él.
Al día siguiente, Aurora y Lidia se encontraron en la escuela, Lidia tan mal vestida y sola como siempre. Aurora le sonrió para saludarla, pero Lidia esquivó su mirada. Ese día los niños comenzaban a ensayar para el desfile.
Cuando sonó la campana todos salieron de sus salas.
Mientras que la banda se estaba preparando, los niños comenzaron a hacer filas para marchar de dos en dos.
-¡El día es idea para marchar! – susurró Sara, quien era la pareja de Aurora.
El director inspeccionaba la fila y se detuvo frente a Lidia preguntándole:
-¿Quién va a marchar con usted Lidia?

Lidia estaba sola y mirando al suelo, sus manos temblaban. Aurora dio una rápida mirada y señaló que Ana también estaba sola.
-¡Ana! – susurró Lidia – y le hizo una señal para que tomara su lugar.
Aurora se pudo al lado de Lidia. La sangre se le agolpó en la cara a Lidia.
Aurora le tomó la mano, tomándola bien apretada.
Aurora estaba ya en casa preparándose para dormir, cuando su tío Eduardo la llamó y le dijo:
-¿Hay alguien por ahí que quiere hablar contigo?
Aurora corrió por las escaleras, corrió por la sala y miró por la ventana, pero no pudo ver a nadie. De pronto una pequeña cabeza se asomó por encima de la otra puerta, pero desapareció.
Aurora salió corriendo, pero cuando llegó a la puerta, Lidia también había corrido por la calle.
-¡Lidia, espera! – gritó Aurora.
Lidia se detuvo y regresó lentamente.

Sobre el rostro de Lidia caían gruesas lágrimas.
-¿Qué? - Preguntó Lidia
-No te vayas – dijo Aurora
Lidia movía sus pies, retorcía sus dedos en su falda.
-¿Por qué hiciste eso? – balbuceó Lidia
-Porque me agradas Lidia – respondió Aurora
Lidia tomó una piedra.
-¿Crees… realmente crees… Crees que Dios me ama?
Ahí mismo Aurora le dijo, cuanto Dios la amaba, como había dado a su único hijo para salvarla.
Le explicó que Jesús murió en el calvario en su lugar, tomando el castigo que ella merecía como pecador.
Después de explicar todo esto, Aurora dijo:
-¿Tú quiere abrir tu corazón a Jesús para que sea tu Salvador?
-Sí – respondió Lidia
Y así fue como Aurora con un helado misionero, ganó un “diamante” de Jesús y se convirtió en una verdadera misionera.
¿Qué desea Dios de ti, hoy?
Dios desea que ames a otros niños, ricos, pobres, limpios y sucios. Tal vez tú puedes ofrecer un helado misionero, o lo zapatos que ya no usas, o tal vez no cuentas con dinero, pero puedes ofrecer una sonrisa a tus amigos.
Hay muchos niños tristes, solos y necesitados.
Trata de hablarles de Cristo, porque ellos también son “diamantes”, piedras preciosas, por quienes el Señor Jesús murió.
Y serás un(a) autentico(a) misionero(a) como lo fue Aurora.
 

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